Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake)
Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Intérpretes: Dave Johns, Hayley Squires, Natalie Ann Jamieson, Micky McGregor, Colin Coombs, Bryn Jones, Mick Laffey, Dylan McKiernan, John Sumner, Briana Shann, Rob Kirtley. Duración: 100 m. Año: 2016. Producción: Reino Unido, Francia y Bélgica.


A veces no hace falta mucho para contar algo muy importante y hacerlo bien. Basta con sacar la cámara a la calle, estructurar un argumento honesto y coherente, y dejar que todo fluya. Incluso tampoco es necesario que haya actores famosos, pero sí aquellos que sientan a fondo lo que interpretan. "Yo, Daniel Blake" cumple todas estas premisas y se convierte así en una de las mejores, si no la mejor película de Ken Loach. El hilo es claro: a raíz de los recortes sociales y de la propia involución de las instituciones (supuestamente) públicas, el Estado (rico) ha decidido desentenderse de sus ciudadanos (pobres) en un proceso sutil (o cada vez menos) que les reduce derechos y les aparta de su foco de interés.  Esta idea se plasma en la historia del veterano trabajador que sufre un infarto masivo y le es denegada la dependencia (¿les suena?) a través de un kafkiano sistema (privatizado) de gestión administrativa, mientras una joven madre soltera se ve prácticamente arrojada a la mendicidad y a la prostitución ante la desidia del Gobierno. Ambas tramas se entrelazan perfectamente para dibujar un panorama desolador, el que actualmente se sufre no sólo en el Reino Unido, sino en casi toda Europa. Un verdadero ejemplo de cine de denuncia que equilibra la forma y el contenido pero es implacable en su mensaje. Como debe ser.
Cinelandia.
El primero al que no le duelen prendas en tachar el cine social de Ken Loach de maniqueo o panfletario si incurre en ello soy yo, pero por lo mismo cuando no lo hace hay que reconocer que lo borda, capaz como es de dejarte tocado moralmente cuando denuncia cargado de razones las injusticias que un Estado puede cometer contra sus ciudadanos más desprotegidos con la aplicación de políticas salvajemente neoliberales que postergan y agreden la integridad del individuo. Es el caso del carpintero de edad avanzada que sufre un grave infarto y se ve atrapado por la tiranía de una burocracia absurda y de las nuevas tecnologías dentro de un sistema social que ni le permite volver al trabajo ni le concede la prestación por invalidez, pero al tiempo le obliga a demostrar que busca trabajo activamente para poder cobrar el subsidio por desempleo y no ser sancionado. Una locura, vaya. Por si fuera poco, su elevada conciencia social y humana le obliga a prestar ayuda a una madre soltera sin recursos para sacar a sus hijos adelante ante la nula asistencia que recibe del mismo sistema rígido e inútil. Un verdadero drama que el veterano director británico ni quiere ni pretende suavizar con ese estilo tan seco y directo que tiene y que, como digo, más allá de ser una denuncia en toda regla que no debería caer en saco roto y una muestra más de su militancia humanista por encima de ideologías políticas, te deja muy, muy tocado, tal es su capacidad para ponerte en la piel de unos personajes que son de carne y hueso.

Álex.